miércoles, julio 18, 2012

Libertad Igualdad Fraternidad


El Fin de la Historia en Chile y las preocupaciones económicas

Durante los ochenta, muchos fueron los esfuerzos para recuperar la democracia; prevaleció la tesis de la política pragmática frente a los idealismos, pragmatismo que finalmente es intrínseco a la acción política desde la construcción de Roma –o antes- pragmatismo que también enseña a las clases gobernantes en cómo acceder al poder y cómo retenerlo.

Este proceso de restauración democrática, la Transición, se inicia aceptando y legitimando la nueva institucionalidad que estableció la Constitución hoy vigente y cuyos pilares siguen siendo defendidos a ultranza por un importante sector de la sociedad.

Luego de la caída del muro de Berlín (09/11/1989) y constatado que finalmente las estructuras políticas y económicas de los países comunistas han fracasado o se encuentran en procesos más o menos lentos de conversión hacia sistemas democráticos-liberales, no podemos sino hacer una reflexión acerca de qué dirección deben tomar las políticas públicas por las cuales estamos dispuestos a abanderizarnos.

En efecto, nuestra institucionalidad en lo formal nos reconoce como un País en el último estadio de la historia, hemos alcanzado en gloria y majestad la democracia-liberal (utilizando la tesis de Fukuyama sobre el fin de la Historia, basada en la dialéctica Hegeliana y cruzando la de Marx), ya que sin duda tenemos una economía de mercado que se basa en la libertad, un gobierno representativo y hemos logrado garantizar el imperio del derecho, aspectos que nos permiten ser un país respetable, escuchado y aceptado por la comunidad internacional.

No obstante lo anterior, existe hoy un alto grado de insatisfacción de la población, una debilidad que es más propia y general de los Estados fuertes (nuestro sistema aparentemente no es autoritario). Esta debilidad debe ser corregida rápidamente para que nuestro sistema político no caiga o siga cayendo preso de su propia autoridad o fuerza represiva y pueda promover el bienestar y progreso general en paz.

No es el caso ahondar aquí los motivos del descontento social, aunque no desaprovecharemos el momento para señalar como probables causas dos aspectos, que paradójicamente serían las bases de la democracia-liberal, primero, un conjunto de elementos político/representativo y otro de escala económica.

Por un lado tenemos el marcado presidencialismo de nuestra institucionalidad, la cuestionada representatividad parlamentaria y la poca competitividad en los cargos de elección popular locales y regionales. Por otro lado, en lo relativo a la economía, la hegemonía sobre el control del circulante por parte del sistema bancario, mediante una economía orientada al endeudamiento para el consumo familiar y no en la justa remuneración y la tan conocida y estudiada alta concentración del capital y/o de los medios de producción que deriva en la desigualdad o no funcionamiento del “chorreo”.

En la actualidad, no existe partido político en Chile que se contraponga a los valores democráticos, se valora el modelo de democracia representativa y en menor medida, alguno podrá sostener posturas enfocadas hacia mayores espacios para la democracia directa.

Como sea, existe un consenso mayoritario en Chile sobre la primacía de la democracia participativa como sistema político y como es sabido, existen muchas herramientas normativas que permiten abrir espacios cada vez mayores para acercar al ciudadano a una más plena participación, existiendo además tecnologías que ayudan en esta dirección.

Pero ¿es realmente el origen del descontento social la poca participación política directa? o quizás ¿es la falta de oferta y mala calidad de la representatividad?

La democracia estaría coja, pero cual mesa de comedor, hemos podido convivir con este problema ingeniando alianzas electorales y jugando al empate.

En lo económico, el liberalismo podemos entenderlo como la conjunción de la libertad personal, la libertad económica y una doctrina de gobierno limitado y restringido que permita a lo sumo otorgar y garantizar a los ciudadanos libertades, seguridad y justicia.

En nuestro país, la constitución establece en las bases de la institucionalidad el principio de subsidiaridad del Estado, la doctrina madre del liberalismo extremo-neoliberalismo- que ha sido el hueso santo más bien cuidado por los colaboradores económicos de la dictadura, además, nuestra carta fundamental sustenta las bases de las libertades personales y civiles, también establece la libertad económica para desarrollar cualquier actividad lucrativa legal, poniendo si, algunos parámetros conservadores o moralistas  que paradójicamente, no son propios del liberalismo.

En qué medida estas libertades económicas y el reconocimiento de la primacía individual sobre el quehacer económico genera tanta insatisfacción en Chile, si como se ha visto, en el resto de los países desarrollados esta situación significa progreso y bienestar social en casi todas sus capas sociales.

¿Existe plena libertad para emprender y realizar la actividad económica que se desee?, la respuesta, nuevamente será que en apariencia sí, pero en la práctica, no existe libre acceso al capital (que ya se encuentra concentrado) y además, en caso de acceder a él, se hace mediante altas tasas de endeudamiento.

En Chile la concentración del capital (la riqueza) y de los medios para la producción en general, hace inviable materializar la idea de libertad económica para la creación de riqueza de manera espontánea para el emprendimiento, quedando para la población mayoritaria una alternativa restringida del trabajo remunerado con bajas tasas de retorno y sueldos matemáticamente calculados que no distribuyen la abundancia económica y utilidades que exhiben las empresas, siendo además trabajos vulnerables y poco estables. 

Con poco capital para emprender, tenemos a grandes rasgos cuatro grupos o clases: los que tienen concentrado el capital, los emprendedores que buscan tener y generar riqueza – que de paso generan el 80% de los puestos de trabajo-, la gran masa asalariada o  trabajadora y finalmente y menor medida, los outsiders que no les interesa tener o ser parte del sistema.

¿En qué grupo o clase se encuentra el descontento social? 

En principio, será la gran masa descontenta, es la que se endeuda y no tiene posibilidades de crear riqueza, es el grupo de trabajadores y asalariados, a ellos no les llegan los beneficios económicos y ven cómo quienes “tienen” siguen concentrando riquezas y cómo sólo unos pocos acceden a tener más y disfrutar de las bondades económicas del consumo.

En este caso, nuestra economía está mal distribuida, nuestro comedor cojo en lo político, además posee dietas muy diferentes para los pocos que alcanzan a sentarse a comer, la gran mayoría come a crédito y muchos se quedan bajo la mesa.

Si tenemos que poner en la balanza qué es lo que tiene más insatisfechos a las personas, qué las hace manifestarse, claramente el derecho de elegir y participar en los procesos democráticos y políticos sería una categoría secundaria, pero en general, la ciudadanía está intentando decir en las calles que es necesario un cambio profundo, estructural, reformar los sistemas económico burocráticos que finamente se encuentran amarrados desde los años ochenta.

El reclamo generalizado es por corregir el sistema impositivo para redistribuir las riquezas en aquellos gastos e inversiones sociales necesarias para nivelar la cancha de la educación, la salud, la justicia, la seguridad, la infraestructura, el aseo de las ciudades, etc., y descartar aquellas políticas y cláusulas que favorecen la evasión y escamoteo de las arcas fiscales, ergo del bolsillo de los ciudadanos-que son los que más aportarían en el actual sistema tributario- tales como pago de patentes, impuestos, etc.; fiscalizar enérgicamente el acceso al crédito y priorizar el uso de los fondos de pensión por parte de los individuos para su propio emprendimiento, defender los derechos de los trabajadores, fiscalizar y endurecer multas a las empresas que prestan servicios concesionados, el aprovechamiento legal de los más pobres que se quedan sin protección e indefensos ante financista inescrupulosos, fiscalizar, fiscalizar y fiscalizar, etc., etc.

Entonces la ciudadanía se dará cuenta pronto, que mejorar el mecanismo de elección y representación política, permitiría viabilizar de manera natural y civilizada, la obtención de estos cambios al sistema económico que es el que asfixia.

¿Queremos mantener un gobierno presidencial o queremos uno semi-presidencial?, ¿queremos que los Ministros sean designados entre los parlamentarios electos o sigan siendo tecnócratas o miembros del equipo financista de las campañas presidenciales?, ¿queremos que la jefatura del Estado pueda disolver el parlamento y convocar nuevas elecciones si hay controversia entre el gobierno y los representantes de una o ambas cámaras?

¿Necesitamos un parlamento representativo que permita a los gobiernos piso político para llevar a cabo las reformas que promete en campaña, o un parlamento que entregue estabilidad y defensa de la institucionalidad ochentera?

El modelo de desarrollo occidental, nuestro modelo político y económico, se encontraría en su etapa máxime según Fukuyama, pero nuestra democracia liberal, que se sustentó en ideologías neoliberales impuestas a fuego, mentiras y sangre, requiere profundamente cambios que permitan devolver la paz social.

Chile es una democracia-liberal desde hace muchos años, pero el descontento social está presente y materialmente tangible, lo que indica que una parte importante de la ciudadanía no está percibiendo el progreso y sus supuestas bondades. 

La democracia liberal como idea habría triunfado, por eso Chile habría llegado también al fin de la historia, pero no hay que olvidar que los factores sicológicos ligados al descontento,  son causa profunda de los movimientos revolucionarios, descontento que debe ser abordado para que la población, en su conjunto, pueda permitirse progresar en todas las áreas de desarrollo artístico, cultural, deportivo, científico, tecnológico y económico.

Como señalara Alexandre Kòjeve al retirarse del estudio filosófico (Kòjeve fue un filósofo fiel a las ideas hegelianas sobre el fin de la historia –tesis anterior a la de Fukuyama- centrada en la Revolución Francesa), luego del fin de la historia, ya no habría objetivos políticos por los que luchar, “las preocupaciones serán sólo económicas”.

Convengo así con algunos académicos que el profundo problema de hoy es la desigualdad económica, pero la solución no se lograría con más liberalismo extremo –políticas neoliberales-, mas tiendo a pensar que el camino profundo de recuperación de la paz social pasa por una concreta reforma al sistema político que se encamine a sincerar las posturas ideológicas –socialdemocracia o neoliberalismo-  y la real correlación de fuerzas políticas que la ciudadanía estime conveniente, para configurar futuros gobiernos que permitan transformar legítimamente el orden tributario, financiero y establecer las prioridades estratégicas que otorguen libertades, seguridad y protección de los derechos civiles y de los consumidores.

Con las actuales reglas del juego político, el avance sobre materia de distribución y economía seguirá siendo “en la medida de lo posible” y primará la disputa cortoplacista y pragmática por cargos, escaños y sillones.

Si las transformaciones políticas son vistas como meras válvulas de escape para un momento complejo de mal gobierno y son orientadas por conservadores quienes creen profundamente en el liberalismo, estas serán maquillaje para no perder cuotas de poder y no permitirán modificar el complejo burocrático económico y legal establecido.

Si las transformaciones políticas son visualizadas como necesarias para el progreso de la nación y son lideradas por las fuerzas progresistas que entienden que la solidaridad o fraternidad son necesarias para equilibrar una ecuación inversamente proporcional (libertad con igualdad) existirá esperanza para retomar un camino de legitimidad y crecimiento integral de nuestra sociedad.

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